Herminia, Catalina y Bianca, las "enfermeras del papa"

Hace tres días que ninguna de ellas se descuelga la sonrisa de la cara. A cada rato, la emoción les nubla la vista y alguna lágrima cae sobre sus hábitos níveos. Herminia, Catalina y la madre superiora Bianca son enfermeras de la orden de San Camilo, e integran el equipo de religiosas que con amor de hermanas atiende en la clínica que lleva el nombre de su creador, en el barrio porteño de Caballito. Allí se atienden los sacerdotes, monjas y sus familiares.

Allí, también, le cuidaron la salud durante décadas al nuevo papa.

"Yo lo conocí hace cincuenta años, cuando era seminarista y se formaba en la casa que los jesuitas tienen en San Miguel. Nosotras estábamos al lado, y los veíamos jugar al fútbol. También fui a su ordenación, en 1969", dice sor Herminia. Y recuerda la vez que el padre Jorge, hace años, le reprochó una decisión: "Habíamos abierto una escuela de enfermería para mujeres, en ese entonces era así. Pero una vez nos quiso mandar a un varón, y cuando le dije que no me miró: `¿por qué esa discriminación? ¿Un varón no puede ser enfermero? Pensalo’. Tenía razón. Después lo traté acá. Siempre muy interesado por la salud de sus curas, por la de sus familias. Si alguno caía enfermo o debía ser internado, el arzobispo venía sin falta a visitarlo y cuidarlo".

Herminia ofrece otros rasgos para el retrato: "siempre lo rebeló la injusticia, el maltrato a los más pequeños y débiles. Y él como sabe escuchar, lo enoja que no lo escuchen".

Sor Bianca, italiana como la tarantella, conoció a Bergoglio hace un año y medio, cuando vino a hacerse cargo de la misión. "Me impactó mucho que fuera tan amable y humilde. Me habló en italiano, y eso me emocionó mucho", dice, y los ojos se le cargan de emoción. "`Ella es de Nápoles, preparale la pasta a la putanesca’, les decía a mis hermanas, para hacerme sentir en mi casa. ¡Y cómo lo quieren todas! El miércoles, cuando salió al balcón de San Pedro, algunas se arrodillaron frente al televisor".

Sor Catalina lleva la bondad estampada en la cara, como un sello divino. "Yo también lo conozco desde que éramos jóvenes, en San Miguel los muchachos nos pasaban el pan casero que hacían, los salames, era muy lindo", dice. "En los años 70 su abuelita estaba alojada en nuestra residencia para ancianos. El la adoraba, era su debilidad. Y ella sólo hacía caso a lo que el padre Jorge le decía, nada más. Fue muy impresionante para mí verlo el día en que ella murió. Su nieto estuvo a su lado todo el tiempo, y cuando su vida se apagó en sus manos se postró en el suelo, y nos dijo `en este momento mi abuela está en el momento más importante de su existencia. Está siendo juzgada por Dios. Ese es el misterio de la muerte’. Unos minutos después, se puso de pie y se fue, sereno como siempre." Silencio. Imaginar la escena que todos escuchamos estremece.

"Con el papa Francisco renace la esperanza", retoma Catalina. Y la sonrisa interminable amanece en su cara rozagante.

(http://www.clarin.com/europa/Herminia-Catalina-Bianca-enfermeras-papa_0_884911675.html)

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